De la mano de mi retrato como persona curiosa e interesada en aprender, estudiar y formarme se esconde una pequeña (gran) adicción a comprar y acumular libros. Acabo de hacer inventario y en este momento, a octubre de 2020, tengo:

  • 198 libros electrónicos;
  • 42 audiolibros;
  • y unos 200 libros físicos en total repartidos entre Málaga y Münster (gracias mamá por guardarme libros ♥).

Alrededor de 450 libros en total. Últimamente tengo sentimientos encontrados con esta afición a comprar libros, sobre todo desde que escribo este blog. Digamos (aunque lo dudo) que me he leído más o menos la mitad de los libros que tengo. Si hoy dejara de comprar libros y me leyera un libro a la semana (que es ya muy buen ritmo, bastante poco realista para mi ritmo de lectura) tendría libros para cuatro años y tres meses. No tendría por qué comprar ningún libro hasta 2025.

Comprar libros es una afición que está bien vista si la comparamos con otras aficiones, porque «el saber no ocupa lugar» y porque, estamos de acuerdo, leer, empaparnos de cultura, formarnos para crecer, aportar a la sociedad y llevar una vida plena son aspiraciones muy nobles y muy deseables. Por otra parte, ¿dónde ha quedado eso de ir a la biblioteca a sacar un par de libros, leérselos y devolverlos? A mí desde luego no se me ocurre tal cosa, yo con los libros soy como con los Pokémons: «hazte con todos» (me consta lo privilegiado que es esto, el poder comprarme todos los libros que quiero (creer que puedo) leer).

Al pasar por delante del escaparate de una librería me da la sensación de que en vez de libros, venden chucherías, las portadas (nada en contra de portadas bonitas, creativas y coloridas, es como tener una obra de arte en la estantería), las ediciones especiales, las colecciones… Más de una vez le he tenido que decir a mi novio que no me deje entrar, o que si compro algo que solo tengo un presupuesto de X, o que me arrastre y me saque de allí pasados 45 minutos, o que me recoja mañana que me quedo aquí a dormir, o llamar a mi madre para darle la triste noticia de que la librera me ha adoptado.

Daunt Books, librería londinense que es para mudarse y acampar debajo de los expositores de papeles de regalo que tienen ahí en medio. Foto de Pauline Loroy en Unsplash.

Leer hoy en día parece más un sprint que una maratón. En la red social Goodreads hay un reto anual en el que puedes marcarte una meta de libros que leer ese año. Qué agobio, de verdad, Goodreads, déjame en paz. Llevo años intentando instaurar el hábito de leer un libro por semana (50 al año) sin mucho éxito (aunque me darían el premio de libros empezados, eso sí), observando con envidia a algunas Booktubers que llevo siguiendo años y que consiguen leerse 100 libros al año. Pero muchacha, ¿qué prisa tenemos? Y más que hablar de la prisa que llevas, lo que de verdad me interesa saber es: ¿por qué leemos?

Como se expone en este ensayo de The School of Life, los cristianos y los musulmanes ubicaron el valor de la lectura en un objetivo muy específico: alcanzar la santidad. La Biblia y el Corán eran más importantes que cualquier otro tomo y debían leerse a diario. Otros libros eran considerados distracciones e información sospechosa. De manera similar, en la antigua Grecia había que centrarse en La Odisea y La Ilíada de Homero. Más tarde, en la Inglaterra del siglo XVIII, el ideal de lectura se centró en la Eneida de Virgilio.

El filósofo francés Michel de Montaigne observa cómo la cultura académica nos hace estudiar los libros de otras personas antes de estudiar nuestras propias mentes:

Aunque somos más ricos de lo que pensamos, nos educan para el préstamo y la mendicidad acostumbrándonos a servirnos de lo ajeno más que de lo nuestro. Guardamos las opiniones y la ciencia de otros, pero es preciso que las hagamos nuestras. […] ¿De qué sirve tener la barriga llena de alimento si no lo digerimos? Ésta es una forma de ignorancia, la ignorancia docta, engendrada por la ciencia, que aunada a la enseñanza del miedo a profesar nuestra propia ignorancia nos sumerge en el engaño. Nadie está libre de decir simplezas, la desgracia es decirlas seriamente.

Michel de Montaigne, Los Ensayos

Hoy he estado pensando en una analogía que a lo mejor es un poco tontuna, pero aquí va: leer es como sentarte en la orilla de un río o de un canal y observar la corriente. A veces el río arrastra peces, a veces algas u otra vegetación como tronquitos y ramas de árboles, a veces objetos, a veces se refleja el sol o una nube, otras veces pasa un barco. Los peces y los objetos están borrosos y no se distinguen bien porque el agua está turbia y por la corriente, que va a buen ritmo.

Sin embargo, en esta analogía, escribir, dialogar, o interactuar con el conocimiento que has consumido es como si cada objeto, ramita o animal que va arrastrando el río lo pudieras sacar con tus manos, observarlo durante el tiempo que quisieras (pero los peces no, por favor, que no pueden respirar) y, digamos que si sacas un zapato del río, decidir si quieres quedártelo o no. Lo has podido observar durante el rato que te ha hecho falta observarlo, y si decides que te sirve, si piensas que tendrás tiempo para secarlo y repararlo, si pega con otros zapatos que tienes, si te cabe en la casa o si lo puedes transportar, pues te lo puedes llevar.

Esto ocurre con las ideas sobre las que lees al interactuar con ellas, por ejemplo, al tomarte el tiempo para reflexionar y escribir sobre ellas, aunque no las publiques, al dialogar con tu Zettelkasten, al hablar sobre el tema con una amiga, las haces tuyas, las restauras, las aplicas a tu vida, las interiorizas. El zapato que has sacado del río ya es tuyo y no del río.

Es como le escribe Rousseau a Julia en una carta:

Nosotros, que queremos aprovechar nuestros conocimientos, no los amasamos para revenderlos, sino para convertirlos en nuestro propio uso; no para cargar con ellos, sino para alimentarnos. Leer poco y pensar mucho en lo leído; o lo que es lo mismo, hablar mucho entre nosotros, es el modo de digerir bien esas lecturas. Pienso que cuando se tiene la mente abierta por el hábito de reflexionar, más vale encontrar por sí mismo lo que se encontraría en los libros; es el verdadero secreto para moldearlos bien en nuestra mente, para hacerlos propios, en lugar de recibirlos tal y como se nos dan, ya que casi siempre nos los dan de una forma que no es la nuestra.

Así que en eso estoy, sentándome a la orilla del río pero no solo a mirar sino también a sacar objetos del río de vez en cuando para hacerlos propios (escribir aquí y otros proyectos) intentando no agobiarme por no leer 52 libros al año, no buscando una novela que me explique y me resuelva un poco la vida porque la protagonista pasa por los mismos problemas. Estoy leyendo con menos culpa, disfrutando más, empezando los tropecientos libros que me apetece empezar pero también intentando comprar menos, creyéndome más y más eso que decía Montaigne, que ya soy rica, que mejor mirar adentro en vez de buscar respuestas en libros.

Escrito por:Guía Carmona

2 comentarios en “Mi adicción a comprar libros

  1. En mi opinión, ese objetivo de leer un libro a la semana me parece bastante ineficaz. Aprender algo de verdad, y más si el material de lectura son libros de filosofía o autoayuda que exige pensar, es una tarea Ardua, Sistemática, Tediosa, Larga, etc.

    Además, la cultura del consumismo ya ha atrapado a la literatura. Puede ver usted como varios libros hablan o del mismo tema o se explayan sin necesidad alguna o solo ofrecen una que otra novedad.
    Aunque el que no habla inglés no sufra tanto como el que sí, no dejan los dos de compartir el mismo dolor: uno esperando traducciones que suelen ser malas o son de libros que se dejan llevar por la ignorancia de la muchedumbre; el otro por una cantidad infinita de información donde suele dudar de qué comprar como también, es más susceptible a caer en engaños (los comentarios positivos en un libro, por ejemplo)

    Aparte, volviendo al aprendizaje, habría que preguntarse: ¿deseo aprender de manera superficial o de manera profunda? Si es lo primero, sugiero apoyarse de la lectura rápida y creerse Dios; por lo segundo, siento que al menos reconoce que lo mejor suele ser Lo Más Complicado De Analizar.

    Y sabiendo todo esto, ¿qué necesidad ya queda en atiborrarse de libros? Por mi parte, siento que no podré acabar con todo lo que tengo (creo que son 200) si considero lo dicho en líneas anteriores. Y no es capricho mío, así funciona el mundo que ya no vivimos en el Renacimiento para creer ciertas «verdades»

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